En el aire, el himno de Europa; en el cielo, una lluvia de destellos dorados. Personas que no se conocían de nada se abrazaban. Cientos de personas, también yo, celebrábamos entonces, el 1 de mayo de 2004, en el puente sobre el Óder entre la Frankfurt de Alemania Oriental y Słubice en Polonia Occidental ese momento europeo tan especial: el Este y el Oeste por fin se encontraban unidos en la Unión Europea. Aquella noche, unos 75 millones de personas en Chequia, Chipre, Eslovenia, Eslovaquia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta y Polonia entraron a formar parte de la familia de la UE. Más adelante también se unirían nuestros vecinos Bulgaria, Rumanía y Croacia.
Una responsabilidad valiente y la clarividencia de las personas en los Estados que se adherían, desde el Báltico hasta el Mediterráneo, hicieron posible aquella gran fiesta. Con valor, iniciaron el proceso largo y arduo de reformas y convergencia.
Para mí, en cuanto ministra alemana de Exteriores, el 1 de mayo muestra claramente que cada generación tiene su cometido. Las generaciones de nuestros padres y abuelos comprendieron tras la Segunda Guerra Mundial que la reconciliación era la base de una Comunidad Europea de la paz. Los alemanes no debemos olvidar nunca que precisamente nosotros, quienes habíamos llevado la guerra y la aniquilación a tantas personas, pudimos encontrar así la vía hacia la paz y la amistad. Las generaciones anteriores a nosotros crearon una Unión Europea de la libertad, de la libertad para vivir, trabajar y para la actividad económica, desde el Atlántico hasta la frontera con Rusia.
La generación de la gran ampliación tuvo que armarse de valor en aquel entonces para no dejarse confundir por los vientos en contra y las consignas populistas. Como en Alemania, donde en tiempos de mucho desempleo se atizaba el miedo al «fontanero polaco». Sin embargo, el cometido de la política es, como dijo en una ocasión el antiguo presidente federal Walter Scheel, «hacer lo correcto y hacer que sea popular»; en lugar de entregarse a estados de ánimo y dejarse arrastrar por ellos. Si por aquel entonces hubieran existido ya las redes sociales, una se pregunta si el debate hubiera seguido otros derroteros. Pero, a partir del odio, el populismo y las reticencias, no puede surgir nada esperanzador.
Ahora, nuestra generación se enfrenta a la labor de defender y reforzar el proyecto de paz y libertad que es Europa, aunque nos cueste un enorme esfuerzo. Y es que la guerra de agresión de Putin contra Ucrania nos demuestra de la forma más brutal que nuestra paz, nuestra libertad y nuestro bienestar en Europa no se pueden dar por sentados. Lo que guio a las generaciones anteriores en la construcción de nuestra Europa unida es lo que necesitamos también ahora para proteger nuestra Europa: responsabilidad valiente y clarividencia.
En cuanto Unión Europea, defendemos, junto con amigos y aliados, nuestros valores y nuestra seguridad. Firmes junto a Ucrania. El tiempo que sea necesario. Junto al país que desde hace más de dos años está haciendo inmensos sacrificios por un futuro en libertad y en democracia; y que a día de hoy está avanzando a grandes pasos por el camino hacia la adhesión a la UE.
A más tardar desde la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania sabemos que la ampliación de nuestra UE es hoy, además, una necesidad geopolítica. Las «zonas grises» políticas y geográficas en los Balcanes o el Este de la UE son peligrosísimas. No podemos permitirnos tener dichas zonas, pues para Putin son una invitación a la injerencia, a la desestabilización.
La Unión Europea es símbolo de libertad, democracia y Estado de derecho. Al igual que hace 20 años, también hoy hay millones de europeos y europeas que ven una oportunidad y una promesa en el hecho de convertirse en ciudadanos de la UE. No debemos perder la oportunidad de hacer que nuestra Unión sea mayor y más fuerte, y, en consecuencia, más segura. Nuestra unión de paz y libertad está abierta a nuevos miembros.
Pero para que logremos admitir en la Unión a nuevos Estados debemos salvaguardar la capacidad de actuación de la UE tanto en su interior como en el exterior. Para ello continuaremos desarrollando sistemáticamente nuestra UE; aunque una y otra vez luchemos vehementemente por el «cómo», como es habitual en una gran familia. La vasta experiencia de los Estados miembros integrados desde el año 2004, que superaron con éxito un largo proceso de transformación, tiene un valor muy especial en este contexto.
Para que nuestra Unión de libertad pueda culminar este cometido generacional debemos reformarla. Para mí, esta reforma implica, entre otras cosas, que haya menos posibilidades de veto en el Consejo. También en una Unión que pueda en un futuro contar con 35 miembros debemos mantener nuestra capacidad de actuación. Esto quiere decir asimismo que, con mayor frecuencia, deberemos adoptar decisiones por gran mayoría en lugar de por unanimidad. Incluso si esto significa que Alemania, como cualquier otro Estado miembro, pueda quedar en minoría. Juntos debemos acometer con decisión la ampliación y las reformas.
Mostrar responsabilidad valiente quiere decir hoy que debemos preparar ahora nuestra Unión Europea para incorporar nuevos países aún en esta década. Para que haya personas que puedan abrazarse mientras suena el himno de Europa, unidas en nuestra familia europea que va creciendo.
Annalena Baerbock es ministra Federal de Relaciones Exteriores de Alemania
(Artículo de opinión de la ministra federal de Relaciones Exteriores publicado en diversos medios europeos)