Liverpool (Reino Unido) (EuroEFE).- Algunas empresas están diseñando aerogeneradores con un diámetro equivalente en superficie al Coliseo de Roma, mientras que otras firmas venden pequeñas hélices domésticas del tamaño de una sombrilla que alcanzan para calentar una caldera de agua.
Una jauría de ideas e inventos compiten estos días por atraer las ingentes inversiones necesarias en la transformación climática, y entre ellas se ubica la captura y almacenamiento de CO2 (CCS, por sus siglas en inglés).
No es un concepto nuevo, pero ha ganado peso a medida que la legislación ha provocado que emitir una tonelada de CO2 en 2024 sea 14 veces más caro que en 2016 en la UE, pasando de 4,6 a 66 euros en el mercado ETS.
Antes salía más barato pagar por emitir que invertir en nuevas tecnologías, pero el paradigma está cambiando y la captura se revela como una herramienta útil para aliviar a siderúrgicas o cementeras, donde la electrificación no bastará para cumplir con los objetivos climáticos.
También tiene detractores. Argumentan que hay que alejarse más rápido de los combustibles fósiles en vez de distraerse escondiendo bajo tierra el CO2, que en todo caso podría volver a escaparse con un terremoto o alguna otra anomalía.
Por eso, hay interés por conocer cuánto protagonismo le otorgará a esa tecnología el próximo Ejecutivo comunitario cuando presente un Pacto por la Industria Limpia tras sus primeros cien días de mandato, como prometió Ursula von der Leyen, cuyo primer Ejecutivo ya ha apostado por la captura como herramienta válida, igual que acaba de hacerlo el famoso Informe Draghi.
Amor en tiempos revueltos
El nuevo primer ministro británico, Keir Starmer, se encuentra entre quienes leerán con atención la hoja de ruta industrial de Bruselas. Tras su primera conversación telefónica el pasado julio con Von der Leyen, el laborista aseguró que el país del Brexit quiere colaborar más con la Unión Europea de la que el Reino Unido se escindió en 2020.
«Ninguno de nosotros puede abordar la urgencia de la emergencia climática por sí solo. Necesitamos una acción global coordinada. Esto es particularmente importante en Europa, cuyas redes energéticas están tan estrechamente conectadas; juntos, debemos invertir en las industrias del futuro y lograr un crecimiento económico sostenido para todos», resumió Starmer.
Esa voluntad de acercamiento se podría materializar en términos de acción climática bajo las frías aguas del mar del Norte, si los países comunitarios secuestran parte de sus emisiones en los extintos depósitos de gas en el litoral británico, un proyecto que promueve Londres pero que no entusiasma en Bruselas.
Hay muchas variables que condicionan esas decisiones, que llevan aparejadas inversiones mastodónticas. Pero el argumento geográfico es poderoso porque las alternativas se encuentran más lejos respecto a Bélgica o Países Bajos: en aguas de Dinamarca, que también está abriendo cementerios de CO2, o en Noruega, socio gasístico de la UE que ha invertido 2.400 millones de euros en un sistema de captura que espera inaugurar en 2025.
Cementerios submarinos
La baza de la «operación seducción» británica se concreta en el yacimiento Hewett, operado por la energética italiana Eni y situado en las aguas que separan el Reino Unido de Países Bajos, donde se podrían guardar hasta 320 millones de toneladas de dióxido de carbono, es decir, tres veces lo que emite Bélgica en un año.
Ese proyecto de reconversión se llama Bacton y por ahora es poco más que una presentación de PowerPoint. Pero al otro lado de la isla de Gran Bretaña, al sur de Liverpool, sí que se está produciendo ya una transformación real, también de la mano de Eni.
Una antigua planta gasística marina se está convirtiendo en un depósito de CO2 para secuestrar las emisiones de un clúster industrial donde operan la cementera alemana Heidelberg Materials, la especialista británica en residuos Viridor o la refinería local Stanlow, del grupo indio Essar.
El ecosistema que el Reino Unido está desplegando en la desembocadura del río Dee se llama HyNet y es uno de los proyectos de CCS a escala industrial más avanzados del mundo.
Si todo sale según los planes, en 2028 se empezará a inyectar CO2 en enormes agujeros a un kilómetro de profundidad que hasta hace poco estaban llenos de hidrocarburo, y las empresas que antes chupaban gas serán las que ahora escupan dióxido de carbono, por las mismas tuberías.
Hasta allí se ha desplazado un grupo de analistas y periodistas, entre ellos EFE, en un viaje organizado y sufragado por los servicios diplomáticos británicos, y en el que las conversaciones con funcionarios, científicos o industriales se desarrollan bajo la condición de respetar el anonimato de las fuentes.
La conclusión es que Londres sueña con que ese modelo tenga éxito y sirva de espejo para replicar el sistema en el mar del Norte, y ofrecer un servicio de almacenamiento de dióxido de carbono a la UE para aliviar a industrias pesadas, e intenta seducir a la Comisión Europea y a los Estados miembros.
Las industrias pesadas, en paralelo al secuestro, están desarrollando otras tecnologías de producción limpias. Pero los técnicos estiman que alcanzar las cero emisiones todavía se hará esperar «treinta o cuarenta años» en sectores como el cemento, el segundo material más utilizado del mundo, tras el agua.
Editado por Sandra Municio